
Desde hace unos meses andaba yo reñido con la gran pantalla. Creo que desde
Toy Story 3 no me lo pasaba bien en una sala y eso que el cine es una de mis grandes pasiones, tanto como la literatura. El caso es que ayer la cosa cambió cuando vi: «El discurso del rey»; tras la película de Tom Hooper, respiré hondo, miré al cielo y me dije: Todavía no está todo perdido.
«El discurso del rey» es una película de sobresaliente, tanto por su factura como por su interpretación. Colin Firth está de oscar y Geoffrey Rush se merece otro al mejor secundario. Y no lo duden, si
la Red Social lo permite, esta película arrasa en nominaciones y en estatuillas. Lejos de los clichés aburridos y estereotipados de los yanquis, «El discurso del rey» tiene ese tufillo inglés que te lleva de la desesperación a la sonrisa en apenas un santiamén.
La historia es historia, así que caben pocos espoilers. Colin Firth encarna al príncipe tartaja Bertie, que hasta ahora ha vivido a la sombra de su padre el Rey Jorge V de Inglaterra y de su hermano Eduardo VIII, futuro regente. Bertie encarna el rol de personaje noble y sacrificado que sabe perfectamente que todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, pero sus limitaciones en el habla —y los fantasmas que arrastra consigo— lo relegan a un papel muy secundario en la corte.
Las cosas se complican cuando el dominio de Hithler se extiende por la Alemania Nazi e Inglaterra se convierte en uno de los objetivos del nuevo tirano.
La reina Elisabeth (Helena Bonham Carter), consorte del príncipe, es la única que percibe el verdadero potencial de su marido, y precisamente eso la lleva a contactar con un especialista en el habla: Lionel Logue, el inolvidable capitán Barbosa (Geoffrey Rush), un simple plebeyo con aspiraciones a actor shakesperiano, que inmediatamente hace gala de una terapia y unos métodos muy poco ortodoxos.
La película rezuma maravilloso ingenio británico, aunque Tom Hooper se las compone la mar de bien para pasar de la sonrisa al nudo en la garganta. Y es que la relación imposible entre Lionel y Bertie, un plebeyo y un rey, sumerge al espectador en una epopeya llena de conflictos en el que la amistad se convierte en el único vínculo que puede salvar a un país.
El clímax de la historia llega cuando Eduardo VIII, emperrado por una plebeya divorciada, abdica del trono y todas las miradas se vuelven hacia el príncipe tartamudo. A partir de ese momento, Jorge VI, con la amenaza de la guerra a las puertas de Inglaterra y con medio país observándole, tiene que dar un paso decisivo en su vida: dar un discurso que levante la moral del pueblo.
Espero que «El discurso del rey» se reivindique tras la ceremonia de los Oscars. Sería muy triste que un peliculón como éste pasara desapercibido en las taquillas españolas. Merece una oportunidad y hay que dársela. Nunca la vida de un Rey —y su discurso— llegó a ser tan divertida y tan épica. Una película de sobresaliente.